4/02/2009

Relatos imberbes: Arlequín


Después de casi dos horas de estar bailando salsa me senté en una banca para descansar los pies. Las Fiestas de la Calle San Sebastián estaban en su mayor apogeo: casi no se podía caminar por las calles de tanta gente; hacia las mesas de artesanías apenas había acceso.
Una joven se sentó a mi lado, irradiaba una belleza singular: una mezcla de soledad con nostalgia romántica. Estaba disfrazada como un arlequín. Supongo que pertenecía al grupo de los que bailan por las calles llevando máscaras.
—¿Qué buena está la fiesta no? —le dije tratando de comenzar una conversación. Ella siguió en su mutismo. Entonces preferí compartir su quietud.
—Quisiera que el mundo fuera una esfera de cristal —dijo finalmente.
—¿Y por qué querrías eso? —le pregunté.
—Para romperlo aparatosa e irremediablemente —contestó.
No quise indagar más, no sabía los problemas que afectaban a aquella joven. En cambio dije: «Yo quisiera que el mundo fuera…bueno, realmente no sé qué quisiera. Creo que el mundo es lo que es. Quizá si te quitaras esa ropa y el maquillaje te sentirías más aliviada, podrías respirar mejor y eso te daría una mejor perspectiva».
—No puedo quitarme el maquillaje o la ropa, esto es lo que soy.
—¿Cómo que esto es lo que eres?
—Ya lo he dicho.
Traté de acercar mi mano y de correrle el maquillaje con el dedo pulgar, pero no pude. Del mismo modo infructuoso traté de retirar su sombrero. Era imposible lo que mis ojos presenciaban. Nadie era un arlequín así como así. Pensé en una especie de hechizo, como los lanzados por las brujas en los cuentos de hadas.
—No sabes lo que es despertar cada mañana y enfrentarme a esto, ver mi rostro siempre igual, quisiera ser como los demás, ser normal —dijo ella.
—No encontraba palabras que sirvieran en aquel contexto, preferí callar. Extendí mi mano y tomé la suya; se veía tan blanca.
—Quisiera poder convertirme en un arlequín, para que no te sientas sola.
Al terminar de decir esto vi que mi cuerpo comenzó a transformarse: mi piel se volvió blanca y nuevas ropas brotaron. Por primera vez comencé a entenderla: ese deseo irrevocable de que el mundo fuera una pieza de cristal. Ella tomó mi mano y me invitó a reintegrarme a la multitud.
—Bailemos —dijo— de esta manera la pena será menos amarga.

2 comentarios:

Fortunata dijo...

A veces los deseos nos atrapan....

Un abrazo

Anónimo dijo...

todo esto lo escribes tu?
es precioso, me encanta :)
Un saludo